Siento tus cabellos fluir en la densidad de los mares etéreos de esa dicha anciente y extinta, que hace de mi sangre ríos y después lagos, derramados en las montañas de tus manos.
Adoro la luz del sol porque me recuerda a tus caricias tibias en la mañana, aunque solo sea ilusión porque sé que nunca estás conmigo, y tu imagen se desvanece, cuando finalmente después de despertar dejando mi mundo perfecto, amanece.
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